La falta de gas, la represión policial, son las únicas razones por las que el Borda se mete en la agenda pública. Luego desaparece y otra vez se hace difícil encontrar un lugar donde se hable de las 21.000 personas internadas en manicomios públicos en la Argentina o de la cantidad que hay encerrados en clínicas privadas. Lo único que responde la burocracia profesional y sindical cuando escuchan desmanicomialización es “los van a dejar tirados en la calle”, como si realmente les preocupara que a esas personas las dejen tiradas, cuando justamente el manicomio es el lugar de los tirados, los arrojados de este sistema que no quiere escuchar ni ver lo que la locura tiene para mostrar.
Los procesos de cierre de manicomios comenzaron cuando se abrieron los campos de concentración y algunos se dieron cuenta de que no eran tan distintos. En Italia, Franco Basaglia, un psiquiatra e intelectual marxista, impulsó el cierre de los manicomios ya que los consideraba “instituciones de la violencia”. Veía en el manicomio una proyección de la lucha de clases, donde los internados eran los oprimidos, los profesionales los opresores, pero unos opresores también violentados, ya que ellos eran los destinados a “garantizar la seguridad de los terceros”. Para poder llevar adelante el proceso que hace más de treinta años sancionó una Ley que posibilitó terminar con los manicomios, debió enfrentarse a las distintas corporaciones profesionales y sindicales que, aún hoy, prefieren el manicomio. Pasó a la historia una enfermera, afiliada al Partido Comunista Italiano, que creó una cooperativa de limpieza con los internos y externados del manicomio, a quienes los hacían limpiar sin pagarles, mientras los trabajadores descansaban. Se presentaron a licitación, la ganaron, y el Partido Comunista la expulsó, por haber dejado sin trabajo a los compañeros de limpieza. Un claro ejemplo de que a los que están internados no se los piensa como iguales.
La experiencia italiana fue el faro para la experiencia de cierre de manicomios que se llevó a cabo en las provincias de Río Negro y San Luis. Debemos remarcar que hay ocho provincias argentinas sin manicomios y a nadie se le ocurriría creer que allí no habita la locura. En la Argentina se llevan adelante distintas experiencias desmanicomializadoras desde diversos municipios y provincias. No se trata sólo de externar a los internados, sino de no agrandar la nomina de encerrados, por eso es tan importante que haya camas de internación para salud mental en los hospitales generales, a lo que las corporaciones profesionales se oponen, con argumentos de lo más estúpidos. En defensa del manicomio se esgrime el argumento “si cierran el manicomio no tendrán dónde vivir”, razón por la que encierran en manicomios a muchas personas que viven en la calle medicalizando un conflicto social. Si el médico considera que la persona no tiene donde vivir lo tiene que derivar al Ministerio de Desarrollo Social del que dependa, y no internarlo. Saben bien de esto la cantidad de chicos encerrados en el Tobar García, el manicomio para niños. Argentina es uno de los pocos países en el mundo con manicomio para niños.
El fundamento de que el cierre de los manicomios implica dejar a las personas en la calle es tomado de la experiencia en Estados Unidos, donde Ronald Reagan promovió el cierre de los manicomios, como excusa para cerrar hospitales públicos y bajar gastos. Promover la desmanicomialización no es buscar el cierre de hospitales públicos, sino terminar con las prácticas de encierro. Los que encierran difunden el fantasma del cierre, del atentado a la salud pública. El encierro en un manicomio no sólo atenta a la salud, sino a los Derechos Humanos básicos. No se trata de negar la necesidad de internaciones, sino de que las mismas no se realicen en manicomios, donde las personas son objetivadas, vejadas, privadas del derecho a la sexualidad, a la privacidad, a la información, el derecho a la dignidad.
La reforma antimanicomial, desintitucionalizadora, desmanicomializadora, sólo conseguirá el cierre de los manicomios cuando se confronte a la corporación profesional y sindical. Para ello es preciso que dejemos de pensar el problema de los manicomios desde la salud, porque justamente esos lugares son la apropiación del conflicto social por parte del discurso médico. Las corporaciones sindicales y profesionales, por su corporativismo, representan a muy pocos. Somos muchos más los profesionales que no formamos parte de esos espacios que los que sí. Pero con los profesionales no alcanza, porque somos muy poquitos. Se trata de construir un Movimiento Nacional por los Derechos Humanos en Salud Mental y para eso es fundamental que los objetivados, los silenciados, los invisibilizados, se sumen a la lucha. Es necesario hacer partícipes a los internos y convocar desde la militancia a los más perjudicados por el manicomio: todos los que están bajo ese techo, pero principalmente, a los que no tienen otro lugar donde estar. Por eso se trata de construir otros lugares y no, como dicen algunos, que “ese sea su único lugar”. Somos muchos profesionales y muy pocos sobrevivientes del manicomio.
(*) Psicoanalista. Autor de alalocuraderecho.blogspot.com