El delito de desaparición forzada —establecido después de la dictadura— no consiste solamente en el secuestro de persona por parte de fuerzas estatales, sino también, y muy específicamente, en que el Estado niega su responsabilidad en el hecho. La Convención Internacional dice: «seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida»; la Convención Interamericana: «seguida de la falta de información o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de informar sobre el paradero de la persona».
Ahora bien, el gobierno de Macri no se queda en eso, avanza un paso más: no solo niega su responsabilidad —“la Gendarmería no lo detuvo”— sino que, además, directamente niega el hecho mismo de la desparaición. Primero dice: No lo hicimos, y después agrega:además, nunca ocurrió. Así habla el Negacionismo de Estado.
Negar su responsabilidad en el hecho no resulta suficiente porque esa primera negación confiesa que el hecho sucedió: Santiago no aparece. Es negación de la responsabilidad, no de la realidad del hecho. Al hecho lo sigue dejando en firme y, para colmo, en el centro de atención porque, siendo gobierno, se tienen que hacer cargo de su resolución. Por eso no les alcanza la negación de responsabilidad y deben pasar a un acto más radical: la negación de la realidad misma del hecho.
La negación de que el hecho ocurrió no puede darse con su mera negación. Decir: “no fue desaparecido” no es una respuesta satisfactoria para nadie, por la sencilla razón de que ni la persona ni el cuerpo aparecen. Como no aparece, de alguna manera deben explicar dónde está Santiago. Es aquí, en este preciso punto, donde utilizan una segunda forma de negación muy particular y específica del negacionismo: la creación de realidades falsas:está en Chile, se lo vio en Entre Ríos, se ahogó y estamos buscando el cuerpo, nunca estuvo allí, etc. La primera negación oculta los hechos, la segunda negación muestrahechos. Solo de esta manera se desentienden y alejan cada vez más la atención sobre la desaparición forzada y, al mismo tiempo, vuelve abstracto e innecesario el asunto de la responsabilidad sobre el hecho, pues no hay hecho. A la desaparición forzada de persona le agregan la desaparición de la desaparición.
Es la justicia —a pesar de todos los reparos que tengamos hacia ella— la que debe establecer si hubo delito de desaparición forzada de Santiago Maldonado, y quienes son los responsables. Pero la segunda negación que señalamos —la invención de realidades falsas— no es delito, ni siquiera es un hecho o acto jurídico, es una estrategia política, en este caso desarrollada desde el Estado. Esto implica que no hay ni puede haber accionar jurídico posible contra el Negacionismo de Estado, porque los actos que realiza no son deiure sino de facto.
Con el gobierno de Macri no estamos simplemente ante una sarta de mentiras, estamos ante una estrategia política pavorosa y precisa: el Negacionismo de Estado. Tanto éste como el Terrorismo de Estado no son figuras jurídicas sino categorías políticas, y su estatuto no lo establece la ley sino la política.
El Terrorismo de Estado no necesariamente implica que haya dictadura y genocidio, ni siquiera un plan masivo y sistemático de desaparición forzada de personas; consiste en la utilización sistemática de métodos ilegítimos para infundir terror en la población a fin de sofocar su resistencia a las políticas que desarrolla el gobierno. No se puede afirmar, al menos por ahora, que el gobierno de Macri desarrolle una política de Terrorismo de Estado, aun cuando viene recurriendo cada vez más a medidas francamente ilegítimas y a muchas otras puntuales que bordean la ilegalidad o directamente son ilegales. ¿Se transformarán estas medidas en un accionar sistemático abiertamente terrorista? Nadie puede saberlo. Lo que se puede aventurar es que la estrategia política de la derecha continental para el sojuzgamiento de nuestra región, más que en el Terrorismo de Estado, por ahora se basa principalmente en el accionar inescrupuloso del poder judicial y el poder mediático, junto a gobiernos afines elegidos por sufragios o producto de golpes parlamentarios.
Si bien no estamos ante un Terrorismo de Estado, sí podemos decir que estamos ante un plan sistemático de Negacionismo de Estado. Este no solo niega y oculta sus motivaciones y su responsabilidad sobre los hechos, sino que niega los hechos mismos, directa e indirectamente, inventando realidades falsas.
Para la mayoría de la sociedad, la verdad es aquella palabra que se ajusta o corresponde con los hechos. En esta lógica tradicional, tanto el que habla como el que escucha están de cara frente a los datos de la realidad, y juzgan si el registro de los mismos es verdadero o falso, verdad o mentira. Si no hay acuerdo, aparece el conflicto.
El Negacionismo de Estado se maneja con una nueva lógica: no le interesa para nada si la palabra es fiel o no a los hechos, lo único que le interesa es si produce el efecto o el resultado buscado. Aquí el discurso ya no se regula por si es verdadero o falso, tales reguladores ni siquiera existen, aquí solo hay éxito o fracaso, porcentajes de eficacia. No se trata, entonces, de simples mentiras, se trata de nuevas tecnologías de intervención sobre la subjetividad. El objetivo no es la verdad ni la falsedad, es la producción industrial jurídico-mediática de representaciones de la realidad a medida de sus intereses. El discurso negacionista no apunta su mirada sobre los hechos, apunta a la mente que quiere manipular.
Ante la desaparición forzada de Santiago Maldonado —como en otros casos—, la operación negacionista del gobierno tiene como primera meta inyectar la duda: ¿y si todo fue una maniobra de los Mapuches —consentida o no por Santiago?; ¿y si Santiago aparece, en qué estado quedaría la mente de los que estamos seguros de que fue desaparecido por la Gendarmería? El negacionismo, como se ve, es un verdaderoTerrorismo Mental. Lo que busca es quebrar la mente y el espíritu de quienes no se doblegan, no mediante la tortura física, como en Terrorismo de Estado, sino por medio de la tortura mental, sistemática y concientemente planificada. Y siempre está presente el recurso al uso directo de la fuerza como último recurso.
“La Justicia” —es decir, el Poder Judicial— es quien, en nuestra sociedad, juzga y dictamina, con poder efectivo, qué es verdad y qué es falsedad en los muchísimos hechos que constitucionalmente le incumben, y en otros muchos que pueden llegar a hacer que le incumban. Pero en ella ya no son los hechos reales los que cuentan sino las “pruebas”, productos de alta sofisticación jurídica fuera del alcance del común de los mortales. No extraña, entonces, que esta atmósfera rarificada, tóxica para cualquier otro tipo de vida, sea el ecosistema ideal para el despliegue negacionista, experto en la producción de “pruebas”, de “realidades” jurídicamente válidas que invalidan los hechos reales, especie legal del género realidad falsa. “No hay pruebas de que la Gendarmería lo haya detenido”: esa es la única y verdadera realidad para el negacionismo.
Los que trabajamos en salud mental constatamos que la estrategia política negacionistatiene un parentesco con ciertos mecanismos psíquicos que conducen al disturbio mental (como la renegación, la desmentida; restitución delirante y otros), producto del rechazo a los límites dolorosos que impone la realidad mediante la creación de representaciones de una realidad más feliz. Sin embargo, los disturbios mentales son individuales y tales mecanismos se acotan y operan sobre las representaciones psíquicas de la realidad. Elnegacionismo como estrategia política, en cambio, construye representaciones sociales que, lejos de acotarse solo a representaciones mentales, constituyen verdaderos hechos, representaciones simbólicas reales con efecto obligatorio para todos —como los jurídicos— o no obligatorios pero muy difíciles de sustraerse a ellas —como los hechos mediáticos—. No hace falta ser psicólogo para darse cuenta de las nefastas consecuencias que el accionar negacionista acarrea sobre la salud mental de la comunidad. Tampoco hay que pensar mucho para darse cuenta que la política, la verdadera política, tanto como la salud comunitaria, es imposible si no va de la mano de la verdad.