“El mastín de los Baskerville” es un cuento de Arthur Conan Doyle. El extraño asesinato de Sir Charles revive el temor por una antigua maldición que persigue a esta noble familia: un perro infernal reclama por las noches las almas de los descendientes del malvado Hugo. Sherlock Holmes, la genial creación de Arthur Conan Doyle, será el encargado de resolver el misterio.
“Jorge Marcheggiano, paciente del Hospital Borda, murió tras el ataque de cinco perros callejeros mientras caminaba por el parque del nosocomio. Fue trasladado al Hospital Penna, pero ya era tarde: falleció pocas horas después de su internación” (Página12, 25/05/2020). Una muerte evitable: el 7 de Mayo pasado, 15 días antes del hecho, el Centro de Estudios Legales y Sociales presentó un amparo colectivo denunciando las deplorables condiciones en las que se vive dentro de los cuatro manicomios porteños, recrudecidas por las derivas de la pandemia en curso. “Dentro de esos reclamos estaba mencionada la urgencia de erradicar las jaurías de perros callejeros que se pasean por los predios de esas instituciones. En respuesta al pedido el Gobierno de la Ciudad negó la existencia de las jaurías” (Idem).
No necesitamos a Sherlock Holmes para saber quiénes se entrenan, por acción y por omisión, como la jauría que se llevó sin más la vida de este usuario de nuestra salud pública. Desde hace muchos años, el manicomio funciona como campo de exterminio de todas las formas de salud: física, mental y social. Lugares donde la vida menos se parece a la vida, y ello no precisamente debido a ninguna ‘anomalía psicopatológica’. Y no se trata aquí sólo de la realidad del encierro y sus consecuencias, aquellas que hoy mejor podríamos calibrar como sociedad a partir de nuestras propias vivencias, con el aislamiento que venimos atravesando.
Resulta imposible omitir que hace apenas siete años el gobierno de la Ciudad –de mismo signo que el actual– envió a reprimir ferozmente a usuaries, trabajadorxs de la salud, sindicalistas, periodistas, legisladorxs, y a quienes se interpusieran ante las topadoras y barreras policiales con las que ingresaron, con el propósito de arrasar el edificio de un taller que estaba amparado por la Justicia. Los espurios negociados inmobiliarios reclamaban buena parte de los terrenos del Borda, multiplicando el avasallamiento en la marchita vida de quienes manotean algo de salud en estos dispositivos propiamente medievales. Ingresaron con armas por una puerta lateral y antes de que el día alumbre: fue una invasión completamente planificada, a un hospital que todxs sabemos que debería funcionar para curar. Ante el popular desacuerdo y la resistencia ofrecida, la Policía Metropolitana comenzó a hacer eso que tan bien sabe: cumplir órdenes y disparar.
Podemos afirmar que los mecanismos represivos parecieran hoy haberse ‘refinado’. No fue necesaria la policía: bastó con la desidia del Estado, ese abandono que nos permite expresar que están ‘tirando los pacientes a los perros’. ¿Será éste un mensaje para aquel hospital público que busca ‘formar’ profesionales (concurrentes, residentes, becaries)? ¿Serán advertencias destinadas a la sociedad para que ‘entienda’ que hay aún algo peor que estar manicomializade? ¿En qué lugar quedan tantas trabajadoras y trabajadores, que todos los días ponen su esfuerzo invisible para mejorar como pueden un sitio invivible?
La jauría que despedazó a Jorge es la de los burócratas, asesinos a sueldo, exterminadores por convicción, militantes de la muerte, soldados del arrasamiento de la vida. Cuando hasta los derechos más elementales son desatendidos, una jauría de perros puede quizá tener su parte en la autoría material. Pero la jauría de autores intelectuales e ideológicos, aristócratas de todos los palacios, debe ser repudiada. Debe ser denunciada. Debe ser acusada. Debe ser procesada para que sus integrantes comparezcan a la Justicia como lo que son: criminales indefendibles de las personas que necesitan hoy más que nadie del abrigo y del cuidado.
Hacemos nuestra la denuncia del CELS y la expandimos desde nuestro lugar de militantes de la salud y activistas de lo comunitario. Mientras estas jaurías de funcionarios sigan impunes, Jorge Marcheggiano seguirá siendo despezado por el abandono, la indiferencia y el olvido. No lo permitamos.
El gobierno de la Ciudad, a través del Jefe de Gobierno y sus funcionarios deben explicar su responsabilidad en lo acontecido, y empezar a ocuparse seriamente de la situación de la Salud Mental en lo que respecta a sus efectores, atendiendo tanto la situación de usuaries como de trabajadorxs en el actual contexto crítico de la pandemia.
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